A los pies del río sonríe orgullosa como símbolo de la ciudad. Cientos de años la contemplan, y más barcos aún han pasado por su alrededor, ya fuera para observarla o para traer material que acoger en sus galerías. Siempre famosa, ha sido objetivo de planos, flashes y retratos nocturnos que la codiciaban como bella dama. La amante perfecta. Una sevillana con luz propia que se refleja en el cauce del Guadalquivir, su fiel escudero. La Torre del Oro siempre fue la hermana bonita.
Cerca de ese emplazamiento a orillas del río se encuentra la Torre de la Plata, monumento desconocido y ensombrecido por uno de los grandes símbolos de Sevilla. Sin embargo, ambas siempre fueron de la mano, hasta que en 1821 se procedió a derrumbar la muralla que las unía cortando un vínculo que defenestró a la hermana segundona, tal como se recoge en la hemeroteca de ABC de Sevilla. Fruto de ese ensanche, la Torre de la Plata quedó a la deriva, a pesar de que el río le quedaba algo más lejos y vio cómo a su alrededor se construía hasta dejarla solapada en el fiel retrato del progreso de la ciudad.
Fue construida en el siglo XIII, entre los años 1252 y 1289 según recoge la base de datos del Patrimonio Inmueble de Andalucía, ordenada por los musulmanes, los cuales ya estaban en sus últimos años de dominio sobre Sevilla. Hay diversas teorías acerca de su nombre. Tal como se puede comprobar en el enlace anterior de ABC de Sevilla, la más lógica hace pensar que era el lugar donde se guardaban las reservas de plata. Pero hay otra teoría, planteada por Zuñiga en el siglo XVII, en la que se afirma que su nombre viene por su aspecto físico, de color más blanquecino que se asemejaba a la plata.
Con la construcción de nuevas viviendas, sus alrededores se convirtieron en refugio para los más desfavorecidos. Estos nuevos edificios terminaron por ocultarla prácticamente, y el olvido se avalanzó sobre ella. Apenas podían acariciarse visualmente las almenas que culminaban la torre en una estampa incomprensible y extraña para quien no supiera de su existencia. Sevilla fue injusta con aquel edificio octogonal que se levantaba con más pena que gloria.
Ya en 1992, se realizó una restauración de la zona y ello permitió que estuviera más accesible a la vista, si bien nunca se mostró en su plenitud. Se derribaron algunas de las casas aledañas y la parte trasera fue acondicionada para albergar un aparcamiento. La modernidad se pasea entre retales de siglos de historia. Pese a ello, es considerado Bien de Interés Cultural y está previsto que se le rodee de jardines para fomentar su recuperación como monumento histórico, aunque el proyecto es apenas una mera intención más que un hecho, algo que criticó en Diario de Sevilla el arquitecto José García-Tapial y León.
Su función no era otra que la de servir de defensa. Por ello estaba embaucada en la muralla y servía de protección para la ciudad en una construcción que alcanzaba hasta el Real Alcázar. Pero aunque compartieron principios, el devenir fue muy diferente para ambas. La Torre del Oro siempre ha sido cuidada y ha permanecido en los ojos con un mimo especial, incluso cuando el terremoto de Lisboa de 1755 la hizo peligrar, como recoge El Comercio. Todo lo contrario que la Torre de la Plata, cuyo nombre quedó atrapado en un callejón sin esperanzas y tan sólo ahora, aunque demasiado lentamente, parece que está dispuesta a recuperar su lugar en la ciudad.
En la calle Santander, donde la simbología vuelve a jugar una vez más y sitúa otro retal de Sevilla como si no fuera parte de la ciudad, se encuentra uno de los monumentos más desprestigiados de la capital. A solas, a pesar de la compañía, ha visto el transcurso de siglos y siglos de historia, mientras la ciudad crecía en sus propias piedras. De reojo, con la mirada mordida, avista a apenas 100 metros a su hermana gloriosa. No tiene compasión, y ya ni siquiera suspira. La Torre de la Plata permanecerá anclada en un triste pasado y un nimio presente a la espera de que sus conciudadanos recuerden que un podio rinde homenaje a tres cajones.