Sumido en las catacumbas de Sevilla, tras pasadizos estrechos que se sumergen en un sótano donde se venera a la historia, y entre rejas que encierran un lugar para codearse con la grandeza, se halla un rincón desconocido por un rotundo porcentaje de los sevillanos, que con ignorancia han pisado por encima sin percatarse de que bajo sus pies y capas de cemento reposan las almas más brillantes de su ciudad.
El Panteón de los sevillanos ilustres, situado bajo la Facultad de Bellas Artes y la Iglesia de la Anunciación en la calle Laraña, es el íntimo lugar de descanso para los sevillanos que escribieron con hazañas varias de las páginas en blanco de Sevilla. Recóndito, solitario, místico y con tintes de ensueño, ese pequeño paraíso soterrado les refugia de la actividad frenética de la que un día fue su ciudad y hoy les ha olvidado. Retales personales de Sevilla que son protagonistas aunque muchos de ellos apenas se conserven en alguna memoria.
Construido originariamente como la cripta de la universidad de los Jesuitas en la primera mitad del siglo XVI, sirvió como su lugar de entierro hasta que Carlos III expulsó a esta comunidad. Este rincón oculto permaneció vacío en el abandono hasta que en 1960, con Vázquez de Sagastizábal como arquitecto encargado, se ordenó la reconstrucción del Panteón para alojar a los ilustres sevillanos, desperdigados por la ciudad o ni siquiera en ella. Sevilla precisaba de otro hogar para alojar su pasado más notable.
Más allá del poderoso y excelso legado cultural e histórico que aguarda Sevilla, con edificios irrepetibles, la ciudad también presenta una importante lista de personas que a lo largo de la historia construyeron, sin piedras ni arcilla, grandes logros que permanecen en el infame anonimato. En el Panteón descansan figuras como la familia Ponce de León, nobles que poseían grandes tierras en pueblos cercanos a Sevilla como Marchena o Carmona, y Benito Arias Montano, intelectual que se introdujo en la disciplina de la alquimia, precedente de la física y la química, y además fue un prolífero poeta.
Sin embargo, el centro de atención se lo llevan los hermanos Bécquer, sevillanos por excelencia en el resto del planeta. Allí reposan Valeriano y Gustavo Adolfo, que murieron en un intervalo de apenas varios meses en 1870. Fueron trasladados en 1913 a Sevilla en un turbulento viaje a causa de la lluvia que les obligó a permanecer en la Iglesia de San Vicente una noche. En 1972 sus restos fueron depositados tras ese ángel que los custodia y al que se rinde aquél que aún busca una llama de esperanza. “Las personas suelen dejar ramos de flores y cartas junto a la lápida, y depositan sus deseos en papel sobre la talla, esperando que bajo la presencia de Bécquer se hagan realidad”, comenta el guía que conduce y presenta las puertas de este pequeño rincón. “El papel hace daño a la talla, pero la gente los deja mientras piensa en poemas de Bécquer”, añade. Al fin y al cabo, el valor de una obra de arte no está sólo en su superficie, sino en lo que representa y en las miles de historias que se citan a su alrededor. Muchos sevillanos acuden a la esperanza del mayor expositor del romanticismo, y engrandecen su figura con el resquicio de que algún día esa llama les llegue. Otros acuden con el corazón derramando sangre en lágrimas, con el deseo de que aquellos ojos que les iluminaron en una tarde lluviosa de primavera vuelvan a sus vidas. Que el amor regrese. Que si es cierto que el destino existe, por favor, que vuelva su Santísima Trinidad.
El Panteón de los sevillanos ilustres también es el lugar donde dormitan algunos militares condecorados con la cruz de la Orden de Santiago, entre otras. Esa cruz que lucen los niños de la Borriquita y que llena de ilusión cada Domingo de Ramos, homenajea a hombres valientes y que, en su momento, lucharon hasta el final por sus principios, como Antonio Desmaiseres o Luis José Sartorius, en cuya lápida hace ápice de su profundo catolicismo: ‘Que la luz del cielo resplandezca eternamente en su alma’. También hay sitio para Jerónimo Girón, quien fuera Consejero de Estado y amante de Catalina II de Rusia, cuya historia conocen bien los chicos del colegio Buen Pastor, encargados de guiar entre aquellas paredes. “Desafortunadamente, pese a que la reputación de Girón quedó en muy alta estima, su fortuna acabó completamente perdida y él arruinado”, comenta uno de los alumnos. La idiosincrasia sevillana ha permanecido viva durante siglos.
También reposan bajo la Iglesia de la Anunciación Mateos Gago, catedrático de la Universidad de Sevilla que formaba parte de la Comisión de Patrimonio pero que no pudo evitar el derribo de la Iglesia de San Miguel. En su honor también figura una de las calles más importantes del barrio de Santa Cruz. Próximos a él descansan Antonio Martín Villa, Secretario General y Rector de la Universidad de Sevilla, y Alberto Lista, poeta afrancesado que tuvo que exiliarse algunos años tras la Guerra de la Independencia en el siglo XIX.
Ya en una esquina, entre otros, se encuentra José Gestoso, escritor e historiador que se implicó en la creación del Museo Arqueológico de Sevilla, y José María Izquierdo, ex presidente del Ateneo de Sevilla y creador de la Cabalgata de Reyes Magos. Sin embargo, entre tanto ilustre y elitismo, aún hay hueco para dos nombres que sobresalen. Antonio Lecha-Marzo, un anónimo del que bien puede sentirse orgulloso, no sólo cualquier sevillano, sino cualquier ciudadano de España. Este reputado forense halló múltiples hallazgo en el ámbito criminal, siendo el primero en descubrir el culpable de una violación a través del esperma. “Muchas veces elogiamos a otros países, como por ejemplo Alemania, sin conocer que aquí en España hemos tenido figuras muy importantes y que están completamente olvidadas”, detalla el guía. También destaca Fernán Caballero, pseudónimo bajo el que escribía Cecilia Böhl de Faber y Larrea, escritora y folclorista que también había caído en ese pozo tan amargo, burdo y cruel que es el olvido. Ése que todo ser humano teme. “Ella fue la última de las personas que se enterraron aquí, gracias al empeño del director del colegio Buen Pastor”, indica el alumno, que prosigue: “Estaba enterrada en el cementerio de San Fernando, la buscamos y la encontramos completamente abandonada, hasta que la trajimos aquí para darle el lugar que merece”.
El caso de Cecilia abre un debate que debería colarse entre esas bóvedas que aguardan el respirar de otra época. En pleno siglo XXI la mujer ha ganado peso en la sociedad, y la historia ha demostrado que hay grandes figuras femeninas que hicieron del mundo otro lugar. Sin embargo, Cecilia es la única mujer que acoge aquel magnánimo Panteón. Una injusticia histórica que, a causa del ínfimo conocimiento de este lugar, no tiene luz en el debate público. Pero sí hay referentes, como el de François Hollande, presidente de la República Francesa, que quiso dar cabida a más mujeres en el Panteón de París, como se recoge en el diario El País. Una deuda histórica, lejana a primas de riesgo, Ibex 35 y números en verde y en rojo que debe ser saldada cuanto antes.
En aquel recinto descansan muchas almas prodigiosas para Sevilla, que algún día transportaron el nombre de esta ciudad por el mundo. Pero, en esos pasillos aún queda sitio para otras muchas almas que faltan y no son menos ilustres sevillanos. Pero, por lo pronto, parece complicada una futura ampliación en la nómina de personajes. “La Universidad de Sevilla se opone, pero nuestro director, que forma parte de la Comisión de Patrimonio, quiere traer a más personas que merecen este lugar porque capacidad hay”, explica el alumno del Buen Pastor, colegio muy implicado en la causa y que abre las puertas del Panteón todos los viernes de 16:30 a 19:30, un horario tan reducido que eleva el misterio de este lugar mientras deja que la soledad no sea completa, sino que se quede en el casi.
La memoria, la historia, el honor, la grandeza y Sevilla se reúnen para constituir, casi literal y figuradamente, los cimientos de la ciudad. En aquel silencio perviven muchos siglos vivos, nombres que un día mencionaban con orgullo Sevilla y suponían las grandes hazañas comentadas en la ciudad. Los días y las noches pasan sobre ese mausoleo, que no tiene la altura de La Giralda, ni la extensión de la Catedral, tampoco el sabor añejo del Real Alcázar, ni la vista privilegiada de la Torre del Oro. No, no cuenta con esos complementos, pero allí se graba con letras doradas nombres de Sevilla. Biografías que merecen ser recordadas.